Hace unos meses mi pareja y yo estuvimos de paso por Amsterdam. Teníamos que viajar a otro destino y el vuelo tenía escala allí por unas 24 horas. Pensamos que sería una buena idea pasar un día entero en Amsterdam para pasear y conocer un poco la ciudad. Por supuesto, antes de embarcarnos tuvimos que buscar alojamiento por Internet (como hacemos de costumbre) ya que teníamos que pasar la noche allí.
Luego de buscar alojamiento en varias páginas conocidas, escogimos un hotel de dos estrellas que quedaba muy cerca de la Estación Central de Tren (Centraal Station) y que tiene conexión directa con el Aeropuerto Amsterdam Schiphol. Nos había convencido su ubicación céntrica y la conexión directa con el aeropuerto. El día que tuvimos que viajar llegamos muy bien a la ciudad y encontramos muy rápidamente el hotel que habíamos reservado por Internet.
Supongo que no fue hasta que llegamos al hotel que me di cuenta de la importancia que tienen algunas cosas cuando se viaja. Una de esas cosas importantes es elegir un lugar más o menos decente donde dormir, y cuando hablo de decente me refiero sobre todo a la limpieza. Y no es que sea una obsesiva de la pulcritud, pero hay suciedades y suciedades.
Trataré de explicar mi experiencia. Apenas cruzamos el umbral del “hotel” nos recibió un recepcionista chino que apenas hablaba inglés, lo que dificultaba un poco la comunicación. Les dimos nuestros datos y nos hizo esperar en el vestíbulo un rato ya que la habitación no estaba preparada aún. Cuando finalmente nos avisaron que podíamos pasar subimos por ascensor hasta la segunda o tercera planta (ahora mismo no lo recuerdo bien). Una vez allí, no puedo describir suficientemente bien el mal olor y la suciedad que había en el pasillo. Había una moqueta roja desteñida e impregnada de manchas de todos los tipos y tamaños. El tufo a cigarrillo mezclado con la mala ventilación y la pobre limpieza hacía muy difícil que se respirara bien. Pero eso no fue todo, una vez dentro de la habitación me quedé horrorizada con la cabecera de la cama que se intuía blanca pero que en realidad estaba negra de la suciedad que tenía. Ni que hablar del baño donde casi no me animaba a tocar la grifería o sentarme en el wáter.
A todo esto, mi pareja no paraba de decirme que yo estaba mal acostumbrada a los hoteles de España donde felizmente siempre me han tocado alojamientos en buenas condiciones.
Por fortuna, Amsterdam es lo suficientemente bonita como para haberme hecho olvidar el hotel. Paseando por sus calles y canales me di cuenta de cuán limpio es y de cuánto cuidan el espacio público. Por contraste, también me di cuenta de la buena calidad de los alojamientos españoles y de que en otros lugares el turismo «low cost» tiene algunos costos. Por cierto, no entiendo la obsesión con la moqueta, ¿hay algo más asqueroso que eso?
Conclusión: tener en cuenta la reputación de un lugar y mirar bien las opiniones de otros huéspedes para evitar las malas sorpresas y poder dormir plácidamente cuando viajamos. ¿Otro consejo? No dejarse engañar por las fotos que aparecen en Internet, nunca son lo suficientemente buenas como para mostrarnos lo que hay en realidad.